martes, 9 de diciembre de 2008

Una mañana cerca de Verdún

Durante la noche, el aire helado había penetrado en él hasta llegar al mismísimo tuétano. La situación, ahora que ya había amanecido, no era mejor.

Los alemanes parecían estar tan hastiados y exhaustos como ellos. Tras una semana de constantes ataques, llevaban tranquilos un par de días. Un poco de tranquilidad no venía nada mal, desde luego, pero Moncassy casi prefería que se iniciase una pequeña refriega, un poco de movimiento para entrar en calor. Ese frío era insoportable.
Además, pasase lo que pasase, él sabía que no iba a morir. No en combate. No en ese frente.

Su regimiento había sufrido la mayor parte de la carga enemiga durante los ataques, y estaban en cuadro. La cuenta de los caídos la había perdido hacía tiempo.

El último había sido Jean Phillipe, un joven imprudente de Tours al que apenas conocía. Le volaron la cabeza al encender una vela al borde de la trinchera esa misma noche.

Al pensar en él le vinieron a la mente algunos de los que ya no estaban con ellos.
Paul y su armónico y constante canturreo, Armand y sus bigotes infinitos, el callado Benature... tantos.

En la trinchera reinaba el siencio. Sólo se podía oir el casteñetear de los dientes de los reemplazos, poco acostumbrados a tantos días a la intemperie helada y aún con el estrés de sus primeros encuentros con la primera línea enemiga.
En cuanto a los veteranos, los más, dormían, el resto estaban a sus cosas. Algunos revisaban el equipo, otros escribían cartas a casa, y los había que simplemente se preguntaban en voz baja cuando les tocaría volver con los suyos, cuándo acabaría todo.

Fue entonces cuando uno de esos silbidos cruzó el cielo. En unos segundos la tierra empezó a temblar y retorcerse.
Moncassy entendió que esta vez iba a tocar salir de la trinchera. Estaba preparado.

Cuando el capitán hizo sonar su silbato, él fue el primero en saltar sobre los sacos terreros, y el primero en cruzar la alambrada y llegar a campo abierto.

Según avanzaba todo era humo y tierra. No podía ver nada. Y algo le tiró de espaldas. Fue como chocar contra una pared.
Le costaba respirar y era incapaz de mover ni un músculo. El frío volvía a gobernarle. Se dió cuenta de que estaba herido, era posible que gravemente.

Y rió.

Porque sabía que no iba a morir. No en ese frente. No tan cerca de Verdún.



PONER ALGO DE Satie.

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